Lo que nos rodea nos dice mucho más de lo que creemos. Por ejemplo, un simple número puede significar más que una cantidad, por ejemplo el número siete. Son siete los espíritus del trono de Dios en el Apocalipsis o las trompetas que suenan en el mismo. Son setenta veces siete las ocasiones que Jesucristo nos instruye a perdonar al prójimo y siete son los sacramentos a los que los cristianos recurrimos para fortalecer nuestra vida de fe. Y, aunque nos sorprenda, siete son los siglos que llevamos disfrutando de la Catedral de Córdoba como templo madre de nuestra diócesis.
Cuentan que Rodrigo, rey de los godos, dispuso que antes que su pendón o insignia real entrara en una antigua ciudad califal conquistada, lo hiciera la cruz como símbolo de la Redención. Cuentan también, que Fernando III el Santo, al conquistar la ciudad de Córdoba, hizo que don Lope de Fitero, futuro obispo de la diócesis, portara la insignia del que es Rey Eterno, Jesucristo, y tras ella el pendón real. Son siete los siglos que han pasado desde aquel 29 de junio, festividad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, día en el que la cruz de Cristo se alzó en la cumbre del alminar que construyera Abd al-Rahman III mientras sacerdotes y obispos entonaban el Te Deum.
Desde aquel momento, al igual que en nuestra catedral, la cruz también se ha alzado en la vida de muchos cordobeses en estos más de siete siglos. El templo madre de nuestra diócesis ha sido la casa de los laicos en la que se ha celebrado la Eucaristía, cada día, desde hace casi 800 años, sin contar las ordenaciones, bautizos, confirmaciones, matrimonios y diversos encuentros que han llenado de vida la Diócesis de Córdoba. Han pasado siete siglos y la Gracia continua derramándose para que sigamos viendo que en lo que nos rodea hay un mensaje que dice más de lo que nos creemos.

Ha sido la casa de los laicos en la que se ha celebrado la Eucaristía, cada día, desde hace casi 800 años.